jueves, 6 de julio de 2017

Por Qué los Managers no Aprenden de Management

Viendo lo que veo y escuchando lo que escucho a veces, reconozco que no deja de sorprenderme la enorme capacidad que tienen algunos managers y directivos para no aprender casi nunca de casi nada, por mucho que la situación lo requiera y las circunstancias lo propicien. Creo que a casi cualquier niño le resultaría imposible.
Y en concreto, últimamente le doy muchas vueltas a por qué son tantos los directivos y managers a los que les cuesta horrores aprender un poquito sobre management, con la falta que les hace y lo bien que les vendría a ellos y, por qué no decirlo, también a todos nosotros.
Si yo fuera un gurú del management y me dedicara profesionalmente a escribir sobre ello, creo que estaría bastante deprimido. Lo digo porque los libros de management los lee mucha gente pero poca de la que debería leerlos. Sí, es una pena pero ya sabemos que los directivos no leen. Bueno, o sí, pero entonces no se enteran, o no se atreven a hacer lo que tienen que hacer, que es casi peor.
Claro que el entorno no ayuda. Si ninguno de tus pares lee, ¿por qué ibas a tener que leer tú? ¿Para ir por ahí de original, dando la nota? Leer es poco cool en el mundo del management y la alta dirección, por eso el nivel medio es el que es. Luego pasa lo que pasa, que los que leen, que también los hay, “se salen”.
Bien pensado, la situación puede que incluso tenga sentido. Cuando eres muy manager y muy directivo, tu objetivo número uno es seguir siéndolo y eso de ir por ahí contra-corriente parece una estrategia demasiado arriesgada. Una buena forma de hacer networking directivo es ir a la moda y si la moda es no aprender ni a tiros, pues no se aprende y ya está. Bueno, siempre ahí por ahí algún rebelde que pasa de modas pero qué se le va a hacer.
Otro motivo por el que muchos managers y directivos no aprenden de management son las prisas. Van siempre corriendo a todas partes. Su obsesión por la “ejecución” es tal, que a menudo olvidan la importancia de la reflexión. Y aprender exige pararse a pensar, a meditar, a sopesar… Súmale a las prisas el cortoplacismo en el que viven inmersos y ya tenemos los ingredientes para la tormenta perfecta de ignorancia e inmovilismo. Porque aunque leyeran y reflexionaran sobre lo que hubieran leído; si aprendieran, probablemente tampoco harían nada. Total, ¿para qué? Si para cuando se empiecen a ver los resultados seguramente ya no estén allí.
Saber que tienes los días contados desde que empiezas es duro. Lo sé. Pero precisamente por eso, porque hagas lo que hagas aquello no va a durar eternamente, es importante que lo que hagas merezca la pena. El conservadurismo no te va a hacer que dures más tiempo en el puesto, ni que contribuyas más ni que seas más feliz. Y si no arriesgas, si no pruebas, si no experimentas… Si no haces nada nuevo, ¡no aprendes!
El miedo, ese otro gran freno al aprendizaje. Cuando no arriesgas, cuando te quedas en tu zona de confort, es difícil aprender. Conocer la teoría y no aplicarla es aprender a medias. Los grandes managers y directivos son generalmente aquéllos que se atreven a equivocarse. Claro que para estar dispuesto a equivocarte necesitas dominar tu ego, reconocer que no solo no lo sabes todo sino que ignoras la gran mayoría y que, por muy directivo que seas, no estás tocado por dios y por tanto necesitas seguir aprendiendo.
Otro problema que sufre la gente controlada por su ego es confundir las creencias con la realidad. Qué tú creas que las cosas son de una determinada manera (la tuya, claro) no significa que sea necesariamente así. Sin humildad es poco probable que te replantees tus creencias, las examines y las contrastes con datos en lugar de darlas directamente por válidas. Me consta que muchas de las barbaridades que se ven en el mundo del management y la alta dirección se hacen desde el convencimiento de que se está haciendo lo correcto…
Por último, el afán de poder y la obsesión por el control. Curioso lo poco que hemos avanzado en este campo. Porque casi todo lo interesante que hay que aprender de management está por ahí desde hace décadas. Deming en los 80, Drucker en los 90 y Hamel o Pink en lo que llevamos del siglo XXI hablan en esencia de lo mismo: deautonomía, maestría y propósito. De superar el paradigma del control y poner los procesos, las tecnologías y las estructuras organizativas al servicio de las personas. De confiar en ellas, apoyarlas, desarrollarlas, darles espacio para crecer y expresar su potencial… Un mensaje claro y sencillo, incluso para managers y directivos poco afines al ejercicio intelectual.
El mal hábito de no leer, el entorno, las modas, el cortoplacismo, las prisas, el conservadurismo, los miedos, el ego, las creencias, el afán de poder y la obsesión por el control… Parece que todo alrededor conspira para que managers y directivos sigan sin aprender de management, aunque sea solo lo más básico. Lo malo es que las consecuencias de esa ignorancia están a la vista y son desastrosas.
No estoy hablando de una utopía. Hay muchos managers y directivos (conozco a varios) que se esfuerzan por aprender a diario y lo consiguen. Luego ser manager y aprender de management es posible. Parece por tanto que el reto es invertir la proporción entre los que aprenden y los que no.
Fuente: El Blog de José Miguel Bolívar
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Menos prisas y más sentido de urgencia

Son muchas las organizaciones que padecen el «síndrome del pollo sin cabeza»en mayor o menor medida. A menudo se trata de organizaciones dinámicas, innovadoras, con culturas muy centradas en el logro y en el cumplimiento de objetivos. La intención de sus personas es buena, pero la forma en que esa intención se traduce en comportamientos es sencillamente desastrosa.

Las prisas son una reacción emocional primaria, puramente instintiva. Aunque a primera vista pueda parecer lo contrario, y aunque sea algo que a largo plazo juega en su contra, al cerebro le gustan las prisas ya que, por lo general, las prisas justifican el inefectivo pero cómodo hábito de «hacer sin pensar». Pensar es trabajar duro, consumir energía mental, y eso al cerebro le gusta muy, pero que muy poco.

Las prisas son adictivas. Adrenalina «a tope» y una reconfortante microdosis de dopamina cada vez que se sofoca un «incendio». La consecuencia de lo anterior es que muchas organizaciones se confunden a sí mismas con una central de bomberos o con la entrada de urgencias de un hospital.
Sin embargo, en el 100% de los casos, estas prisas están por completo injustificadas. Como sabiamente decía Peter Drucker, ya próximo a su jubilación, «en toda mi carrera profesional estoy todavía por ver una urgencia que no resista noventa minutos».
El problema es que las prisas refuerzan nuestro ego. Parece que nuestra rapidez de respuesta es lo que salva a la organización del desastre. Las prisas nos hacen sentir que somos héroes, gente importante. Varias veces. Todos los días.
Pero esta sensación carece de fundamento, es una simple ilusión. Para bien o para mal, ni las urgencias son urgentes, ni nadie es imprescindible en ninguna organización.
Paradójicamente, en estas mismas organizaciones escasea, cuando no brilla por su ausencia, el «sentido de urgencia» del que habla Kotter. Un sentido de urgencia que muchas personas en posiciones directivas confunden (porque no leen) con las prisas.
El sentido de urgencia es un rasgo de madurez profesional que nada tiene que ver con el apresuramiento. Haber desarrollado un sentido de urgencia significa contar con el nivel adecuado de perspectiva para trascender la anécdota de lo importante y lo urgente y disponer de una imagen nítida sobre qué aporta valor, qué hay que hacer y, sobre todo, cuándo hay que hacerlo, para aportar ese valor.
A diferencia de lo que ocurre con las prisas, para desarrollar un sentido de urgencia hace falta pensar. Hace falta analizar, comparar, aplicar la creatividad y tomar decisiones, a menudo complicadas. El sentido de urgencia hace evidente comprender que no es suficiente con hacer las cosas, sino que cada cosa hay que hacerla en el momento adecuado, porque aún más importante que «hacer lo correcto», es «hacer lo correcto en el momento correcto».
Las personas que han desarrollado un sentido de urgencia trabajan de forma sistemática en sus ventanas óptimas de efectividad (aquí tienes un sencillo test por si quieres autoevaluarte), sin ceder a la tentación de las prisas, algo que en la práctica resulta mucho más difícil de lo que parece. Paradójicamente, las personas con sentido de la urgencia saben que siempre hay excusas para no encontrar el momento de hacer lo que hay que hacer. También tienen muy claro que en el 99% de las ocasiones, «deprisa» significa «mal».
La efectividad sigue alejada de las organizaciones y un indicador del mucho trabajo que todavía queda por hacer son los niveles de estrés que podemos encontrar en ellas. Un estrés que, además de ser perjudicial para la salud, nos vuelve incompetentes, ya que nos hace rendir muy por debajo de nuestras capacidades.
Afortunadamente la efectividad es una competencia y como tal se puede aprender y desarrollar. La buena noticia es que cualquier persona que lo desee puede aprender a trabajar sin estrés y con enfoque, centrándose en las cosas verdaderamente significativas. Nadie dice que el camino sea fácil ni que se recorra rápido, pero el camino existe y son muchas, cada día más, las personas que ya lo están andando. Por supuesto, personas con menos prisas y más sentido de urgencia.

FUENTE: El Blog de José Miguel Bolívar 
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